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sábado, 20 de febrero de 2021

El homo melancholicus

 


 




Las reflexiones de la filósofa holandesa Joke J. Hermsen en su libro La Melancolía en tiempos de incertidumbre (2019), son muy interesantes y apropiadas para estos tiempos; de modo que quisiera compartirlas con todos ustedes.

En un primer momento, cita a clásicos, como Platón, quien en su Fedro (370-360 a. C.) establecía una diferencia entre una forma “patológica” y una “privilegiada” de melancolía, definiendo la melancolía como una forma de locura, “a la cual debemos también nuestras mayores bendiciones, pues se nos concede por don divino”. Por su parte, Aristóteles en sus Problemas se preguntaba si había alguna relación entre melancolía y genialidad, utilizando el calificativo de melan chole que, aunque significa “bilis negra”, tiene la propiedad de inspirar ideas geniales.

En la Edad Media, Hermsen explica que “la melancolía se conocía como acedia, un ataque severo de aburrimiento y apatía que padecían sobre todo los monjes dedicados al estudio”. En este mismo sentido, Tomas de Aquino (1225-1274) la denominó “dolor mundano”.

El aspecto positivo de la melancolía tuvo que esperar hasta el Renacimiento con Dante y Petrarca. Según Ficino (2008), el spiritus, sustancia inspiradora, vino a ocupar el lugar de Dios y el hombre creyente tuvo que dar paso al hombre creador: “Comenzaron a florecer las artes, que durante la Edad Media habían tenido la consideración de oficios”.

La filósofa holandesa hace referencia, de forma muy acertada en mi opinión, a las recomendaciones que, en el siglo XVII en Anatomía de la melancolía hacia Burton, para combatir la forma patológica de la melancolía: comida sana, suficiente descanso, buena música, poesía y arte. Además, Burton incluía “tener un trabajo en el que nos sintamos útiles y podamos realizarnos como personas”. Seguro que más de una persona se ha sentido identificada con esta afirmación.

Hermsen señala que en la actualidad se relaciona la melancolía con la “depresión”, la tristeza, el abatimiento o el aburrimiento. En líneas generales coincide esta situación con la que diagnosticaban los médicos de la Antigüedad clásica.

Esta filósofa afirma que “hemos perdido de vista la dualidad de los estados de ánimo sombríos y, en concreto, el lado positivo de los mismos. La depresión es una enfermedad mental que hay que combatir con medicamentos”. Además, añade que la melancolía se asocia a la “enfermedad de los intelectuales” y que los científicos Barlaeus y Linneo denominaban “angustia del corazón”.

Según Hermsen, el homo melancholicus es una “persona consciente de las pérdidas, la soledad y la transitoriedad de la vida que trata de convertir dichas nociones en reflexión, autoconciencia y creatividad o, por el contrario, intenta ahuyentarlas concentrándose en el poder, lo material y las distracciones”. Creo que muchos de nosotros nos podemos identificar con ese homo descrito por la filósofa holandesa.

Por último, la autora nos indica que debemos “aprender a tener esperanza, fuera de los límites del arte y la educación, para evitar que nuestra melancolía derive hacia la amargura, el miedo, la pesadumbre y la xenofobia”. Una educación que debe orientarse, en su opinión, “hacia la capacidad de amar al prójimo y al mundo, por un lado, y la creatividad para gestar lo inesperado por otro, que es el aspecto en torno al cual gira este ensayo”.







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