Vistas de página en total

viernes, 31 de marzo de 2023

La guerra nuclear


 

Estos días estoy leyendo un libro sobre la vida y el pensamiento del filósofo británico Bertrand Russell, sobre todo las referencias a la Educación, que son clave para este filósofo. Pero en este artículo quiero recordar algunas de las menciones que hace sobre la guerra. Tal vez por ello es muy contundente en sus comentarios y tal vez nos interese por su actualidad

Como millones de personas el filósofo Bertrand Russell (1872-1971) sufrió las dos grandes guerras mundiales. En su obra Elogio a la ociosidad (1956), explica que “actualmente el mundo está lleno de grupos iracundos y egocéntricos, incapaces de considerar la vida humana como un todo, y dispuestos a destruir la civilización antes que retroceder una pulgada.” Imagino estarán pensando lo mismo que un servidor: cuánta razón tenía Russell, aunque tengo que reconocer que me produce escalofríos.

A medida que profundizo en el pensamiento de Russell, me llama la atención algunos de sus comentarios sobre la guerra. En 1958, escribió el artículo: “El papel de la ciencia en la educación”, en donde manifiesta lo positivo, pero también lo negativo de la ciencia, y muestra que los descubrimientos de la ciencia moderna “han puesto en las manos de los gobernantes poderes sin precedentes tanto para el bien como para el mal.” Russell en su Autobiography confiesa que, durante los años 40 y los primeros 50 del siglo XX, se hallaba en estado de confusa agitación precisamente debido al problema nuclear.

Explica David Ortega (2003), en su libro Educación, libertad y tolerancia, que en 1955 Russell ofreció una conferencia de prensa en Caxton Hall-Westminster, para dar a conocer un manifiesto, firmado por un grupo de científicos sobre el armamento nuclear en el que se proclamaba, entre otras que: “los científicos deberían hacer que el público y los gobiernos del mundo sean conscientes de los hechos mediante una gran campaña popular […] en estos momentos considero que es un deber hacer que el público conozca la situación.”

Russell, presidió la primera conferencia entre científicos del Este y del Oeste que se celebró en 1957 en Pugwash, y se llamó Conferencia Pugwash de Científicos. De ahí surgió el Tratado de Limitación de Pruebas Nucleares por el que se prohibían parcialmente las pruebas sobre superficie en tiempos de paz. En 1959, Russell escribió La guerra nuclear ante el sentido común, en un esfuerzo por evitar el daño que supondría una contienda con bombas de hidrógeno a gran escala.

Desde entonces han transcurrido casi 65 años y cabe preguntarse: ¿Dónde está la responsabilidad social de los científicos? ¿Tenemos ahora motivos para estar más preocupados por la energía nuclear? ¿una guerra nuclear acabará con nuestra civilización? La respuesta es sencilla porque la situación actual en el mundo es muy preocupante, sobre todo a partir de la invasión de Ucrania por Rusia; la ruptura unilateral del compromiso del armamento nuclear por parte soviética; y la actitud de China a la espera de la mínima acción de EEUU en Taiwán para emprender una acción bélica.

Por último, el filósofo y sociólogo francés Edgar Morin (2021), “echa en falta la capacidad de afrontar los problemas fundamentales y globales del individuo, del ciudadano, del ser humano”. La proliferación de las armas nucleares y su descontrol son un gran problema. Hay que salir a la calle y manifestarse, llenar las plazas y las calles de gente con pancartas exigiendo que paren las hostilidades o de lo contrario paramos todo, porque estamos en una nueva y escalofriante guerra fría a nivel mundial.

miércoles, 8 de marzo de 2023

lunes, 6 de marzo de 2023

Caminar, síntoma de rebeldía contra el sistema

 



El otro día me fui a caminar, como casi todos los días, y más ahora que tengo más tiempo ya que desde el 29 de diciembre soy un jubilado más. A lo largo del paseo sin prisa, pero sin pausa tuve tiempo para pensar en el significado de la acción que estaba ejecutando, caminar. Este artículo va del significado y de la importancia de caminar. Como manifiesta David Le Breton (uno de los autores franceses contemporáneos más destacados en estudios antropológicos) en su libro Elogio del Caminar (2022): “Caminar es una apertura al mundo”. Mientras caminamos nos sumergimos en “una forma activa de meditación que requiere una sensibilidad plena”. A mí que me gusta caminar comparto totalmente sus ideas, por ejemplo, que al final del camino uno/a acaba transformándose, disfrutando del tiempo más que sometiéndose a las prisas y urgencias de los hechos que nos rodean.

Caminar, como explica Le Breton, “es a menudo un rodeo para el reencuentro con uno mismo”. Ciertamente, y citando a Leroi-Gourhan (1982) la “especie humana comienza por los pies”. Téngase en cuenta que apenas hemos cambiado desde el Neolítico. Tenemos el mismo cuerpo. Es más, afirmaba en los años cincuenta del siglo veinte Roland Barthes que caminar es “mitológicamente el gesto trivial y por lo tanto el más humano”.

En mi opinión, es apasionante entender el significado que ha jugado a lo largo de la historia este hecho tan trivial como es caminar y descubrir cómo ha influido en muchos filósofos: Sócrates, Rousseau, Nietzsche, Kant, por citar solo a algunos.  Sin ir más lejos, la prestigiosa clasicista británica Edith Hall en su maravilloso libro La senda de Aristóteles (2022), comienza hablando de la felicidad y del pensamiento de este filósofo. Tradicionalmente la escuela de pensamiento aristotélico se ha denominado “peripatética”, que significa “salgo a caminar, a dar un paseo”. Explica Edith en su libro que “igual que a Platón, su maestro, y que Sócrates, el maestro de Platón, a Aristóteles le gustaba reflexionar mientras andaba.”

Hay que caminar y pensar, como reconoce Luciano Concheiro (2016) “la identidad se confunde bajo el estigma de la turbotemporalidad, caminar es un síntoma de rebeldía contra el sistema”. Una rebeldía que matiza José Carlos Ruiz en Filosofía ante el desánimo (2021) para quien, “marchar en silencio es otra rebeldía, un acto en el cual el pensamiento se muestra sin constricciones”. Muestra Ruiz, que los filósofos de la escuela cínica fundada en la antigua Grecia durante la segunda mitad del siglo IV a.C. demostraban una especial predilección por ser errantes, sin convención social, sin camino concreto porque “lo esencial estaba en la acción, en el ejemplo…”. El ensayista Ramón del Castillo (2020), citado por Ruiz en el libro mencionado, cree ver un tipo de filosofía diferente en aquellos que son grandes andarines. Por ejemplo, para Nietzsche lo importante se produce durante el paseo, se piensa mejor al aire libre porque no hay influencia de los pensamientos de otros que puedan contaminar. Sin embargo, uno de los filósofos paseante más famoso fue Immanuel Kant, que lo hacía por las mismas calles a la misma hora y en solitario. Para Kant, la “rutina” era un elemento esencial en su vida. Uno de sus amigos, el alemán Schell, reconocía que el paseo relaja las tiranteces del cuerpo producidas por el trabajo. Seguro que están de acuerdo con esa afirmación.

El caso de Thoreau (1817) es también muy interesante. Según Ruiz (2021), este filósofo, “ha sabido construir sobre el hecho de pasear toda una filosofía de vida” y llegó a declararse insumiso, escribió un tratado sobre el arte de caminar y diseñó toda una filosofía económica donde el valor de la producción debería medirse no tanto por la ley de la oferta y la demanda sino por la cantidad de vida que uno tiene que dar mientras produce. Otro gran caminante.

Por último, al tratar el tema de caminar hay que hacer mención a las marchas multitudinarias, a las manifestaciones, concentraciones, tanto reivindicativas como festivas y lúdicas. Hace años la mejor manera de reivindicar los derechos laborales era salir juntos y manifestarse, Algunos hemos vivido esos acontecimientos de forma apasionada. Ahora, reconoce Ruiz, “las grandes marchas conjuntas han ido perdiendo vigencia e identidad”. Totalmente de acuerdo, pero eso es otra cosa de la que ya hablaremos en otra ocasión.

Es necesario cada día caminar solo o acompañado, en la ciudad o en el campo. Caminar porque, como decía Machado, “Caminante no hay camino se hace camino al andar”. Construimos nuestro camino y mientras tanto disfrutamos. Lo importante no es la meta sino el tiempo que se invierte en el camino hasta llegar al destino. Observar lo que sucede, oler, sentir y saborear mientras se camina. Caminar es un acto de rebeldía contra el sistema y el apoltronamiento.