El 20 de junio se celebra el día Mundial
de los refugiados y de las refugiadas. Un tema que apenas se habla en los
medios de comunicación y cuando se hace es para anunciar una desgracia, el
hundimiento de una patera, desaparecidos y las pocas ayudas que han recibido
las personas que se encontraban en el lugar del suceso; tanto se desplacen por tierra
como por mar. La muerte rondando en el mar, en los trenes y en los caminos. Sin
embargo, en estos momentos hay que hablar más que nunca, porque el azote de la
extrema de derecha en Europa tiene muy claro su postura sobre el tema y España
no está exenta por el incremento de VOX en ayuntamientos y autonomía. En
Andalucía hace poco se rechazaba acoger refugiados o niños de la guerra de
Ucrania. Por tanto, hay que hablar del tema.
Según Amnistía
Internacional, hay 26
millones de personas refugiadas en todo el mundo. Ese movimiento de
personas provoca que mucha gente se siente agobiada por la cifra y considere a
quienes se mueven a través de las fronteras como una crisis global. Sin embargo,
para la ONG “el problema no son las personas, sino las causas que empujan a
familias e individuos a cruzar fronteras y las formas miopes y poco realistas
en que responden los políticos a ellas.” Estoy totalmente de acuerdo, cada ser
humano tiene más de una identidad: “Refugiado”, “migrante” y
“solicitante de asilo” que no reflejan toda la identidad de las mujeres, niñas,
niños y hombres que han dejado su hogar para comenzar una nueva vida en otro
país. No debemos olvidar que nos encontramos frente a “la mayor tragedia
humanitaria desde al Segunda Guerra Mundial”, declaraba Sami Naïr (2016) en Refugiados
frente a la catástrofe humanitaria, una solución real. Han transcurrido siete años desde que Naïr
hizo esa afirmación y cabe planteares si ha mejorado esa tragedia humanitaria o
no ha mejorado. La respuesta es evidente por las cifras que no ha mejorado, tal
vez empeorado. Los datos hablan por sí solos: Según la Organización Internacional
para las Migraciones (ACNUR) hay en estos momentos cien millones de personas que
se ven obligadas a desplazarse a causa de conflictos, persecuciones o desastres
naturales, 26,3 millones de personas refugiadas en el mundo, mas de 50.000
personas fallecidas desde 2014 cuando migraban de un país a otro; y solo un 17
% de personas refugiadas acogidas por países de ingresos elevados. Estos datos son
preocupantes porque detrás de esos datos hay personas, no debemos olvidarlo
nunca, hay personas con nombres y apellidos. Personas que han tenido que
abandonar su casa, su hogar, niños y niñas que han tenido que dejar atrás sus
colegios, su vida porque se han visto amenazados por la guerra o simplemente
por pensar de forma diferente sus padres o algún familiar. Son personas que
proceden de determinado país o región, pertenecientes a un grupo que habla
determinada lengua o comparte una cultura. Podríamos decir sin equivocarnos que
nos encontraríamos con un docente, una médica, un artista, una apasionada
fanática del deporte, un padre, una hermana, un hijo o una madre, etc. Como
explica Amnistía Internacional, “la condición jurídica de una persona no puede
expresar plenamente la identidad y la personalidad de una persona refugiada,
solicitante de asilo o migrante.”
Un periodo turbulento
Como decía al principio de este
artículo, en estos momentos se avecina un periodo turbulento e inseguro por el
crecimiento de la extrema derecha en Europa y en concreto en España. Por eso, quiero
hacer hincapié y recordar algunas cosas que publiqué hace 16 años en mi blog.
Por ejemplo, el comentario que hacía en unas jornadas sobre Juventud en Albacete el profesor de Antropología Social, Carlos Giménez Romero,
reflexionando en voz alta sobre el fenómeno de la migración. Giménez comentaba que
no entendía, ni concebía España sin los inmigrantes, no le gustaba sin ellos.
Llegado a ese punto, y reflexionando, comparto también esa idea del profesor.
Es cierto, que cuando uno sale a la calle y utiliza para desplazarse el metro,
por ejemplo, qué vacío estaría sin ellos, o simplemente pasear por tu Ciudad,
me resultaría irreal. Una ciudadanía que se va configurando tan heterogénea y
con tantos valores por descubrir y compartir.
Como decía en el libro del Viaje de Ana,
historias de inmigración contadas por jóvenes (2002): “Emitir
juicios sobre las personas por su origen, religión o cultura, sin haberlas
conocido, es una forma cruel de discriminación”. En el libro le explicaba Ana
a Karima que además de ser inmigrante (con esa connotación negativa) es muchas más
cosas, “soy mujer, licenciada en filología, soy joven, musulmana,
me gusta leer…No puedes definirme solo por ser inmigrante porque si lo haces me
están limitando”. Quiero recordar a Josep María Riera (2005), que
explicaba que “la diversidad es la gran apuesta de las sociedades modernas y
libres; la desigualad, el gran obstáculo para el bienestar del conjunto de la
humanidad. Reconocer la diversidad y promover la igualdad es la razón de ser de
una política de progreso.”
Por último, el día Mundial de los Refugiados y de las
Refugiadas tiene que ser todos los días; porque todos los días hay personas que
sufren el peligro si se quedan en su país; todos los días hay violencia,
guerra, hambre y pobreza extrema; todos los días hay cambio climático o
catástrofes naturales y las personas han de marcharse forzosamente o morir; y
todos los días hay quien piensa que va a tener más oportunidades de encontrar
trabajo en otro país porque tiene la formación o el capital necesario para
encontrar oportunidades fuera. Hay muchas razones por las que la gente emprende
un viaje para construir una vida en un nuevo país.